viernes, 1 de junio de 2012

Pete Astor - Songbox
el reencuentro con un “profeta del tiempo”

Corre el año 1991, ó 1990, quizá aún no se haya despedido 1989, no soy muy bueno con las fechas, pero me veo caminando por las calles de Valladolid y una de las bandas implicadas en esta historia, todavía unos desconocidos para mí (y para el resto del mundo), está a punto de comérselo, el mundo y parte de la luna.

Como cada mañana en los primeros días de invierno, hace frío. El río cubre de niebla la ciudad, el decorado perfecto para fantasear que estoy cruzando uno de los puentes mil veces escenario en blanco y negro de las películas londinenses. Apenas he dejado de ser un adolescente, o eso creo yo porque mi carnet de identidad dice que ya tengo edad para votar, permítanme soñar. La música me ayuda. Podría apostar mi presupuesto de entonces para comer durante un mes a que música importada desde las islas británicas gasta las pilas del viejo walkman para cuya manutención no gano suficiente dinero, en realidad, no gano ni para pilas ni para nada. No llevo una dirección concreta, la sensación de frío casi ha desaparecido y no me importa caminar, hacia ningún lado, adonde nadie me espera.
Para tropezar basta con dejar de mirar al suelo. No recuerdo su nombre y me temo que el local se habrá transformado en cualquier otro más próspero negocio, una tienda de discos llama mi atención. En el escaparate un par de futuras adquisiciones parecen esperar su turno, aún no he ahorrado lo suficiente para poder mirarnos sin que haya un cristal entre nosotros pero no puedo reprimir la tentación de entrar y escuchar la canción que no reconozco de un disco que me gustaría tener entre los míos. Mi famélica cartera nunca tuvo caprichos o necesidades a los que un mocoso de hoy en día, con conexión a internet, jamás renunciaría por poder tocar un disco que nada le cuesta escuchar, y fueron muchas las veces que... renunciando a un par de cervezas...

Un cartel anuncia que se están deshaciendo de las casetes, aunque los vinilos aún reinan, el CD ha ganado la partida y las cintas magnéticas, salvo para registrar aquellas grabaciones caseras, recopilatorios adolescentes con más pasión que calidad, parecen condenadas a la desaparición.
Me llevo tres pequeñas en los bolsillos, por el precio de un par de cervezas asumo el riesgo de la decepción: "Green" de unos tal R.E.M., "Judges, Juries and Horsemen" de Weather Prophets, curioso nombre y curiosa portada (que, por cierto, vista con mis ojos actuales, podría ser deudora del segundo álbum de los de Athens), y una tercera que no logro recordar, quizá no merezca ser recordada. Continúo caminando y empiezo a descubrir sus entrañas, vuelvo a sentir frío, sigo soñando.
No conservo ninguna de ellas: varias mudanzas, aquella pletina que no me molesté en arreglar, un coche que, a su manera, reproduce mp3,... el olvido. Sin embargo, para siempre en mi subconsciente quedó grabada aquella voz que me producía un raro dulce desasosiego.

Ellos conquistaron el mundo y, aunque me lo hubiera propuesto, habría sido imposible olvidarlos. No, no era de R.E.M. de quienes quería hablar.

Nuestro segundo encuentro fue con motivo de un álbum que rindió tributo al mejor escritor de canciones de todos los tiempos. En 1992 "I’m Your Fan" mostraba la admiración por Leonard Cohen de unos nombres que ahora pueden parecer evidentes pero que no lo eran tanto para quien recién pasada la frontera de los veinte se sentía atraído por propuestas que creía lejanas. Inmaduro e ignorante, aún no me había arrodillado ante el maestro, sin embargo, sí que disfrutaba, y me gastaba el dinero que no tenía (y que todavía no ganaba), con los discos de muchos de los participantes en el homenaje: Lloyd Cole, The House of Love, Ian McCulloch, Pixies, Nick Cave... todos ellos poseídos por el espíritu del canadiense que no tardaría en conquistarme a mí también. La versión de “Take This Longing” me devolvió a las calles de Londres, al frío y la niebla, ese dulce desasosiego, la voz de Peter Astor, el joven romántico que estuviera al frente de los ya desaparecidos Weather Prophets.


Tras veinte años, reencontrarme con esa voz ha sido como cruzarse en la calle con aquel amigo olvidado sin saber muy bien por qué, el tiempo, la distancia, aquel malentendido que no te molestaste en arreglar... "Songbox" es la razón de nuestra tercera cita. Su madurez la muestra infinitamente más atractiva de lo que nunca fuera para mis oídos, ahora también maduros y con un horizonte musical mucho más vasto trazado y borrado infinitamente por un puñado de bandas que compartieron una manera de contar las cosas y determinaron mi manera de verlas, sintiéndome diferente, a veces, caminando por las calles de una ciudad a miles de kilómetros de donde desgastaba la suela de mis zapatos.
Canciones como “Tiny town” alimentan mi curiosidad por el pasado de Pete Astor (de cuyo nombre ha eliminado la “r”) que siento la necesidad de recuperar, montar en el tren que se me escapara en sentido contrario y descubrir sus otras relaciones (The Loft o The Wisdom of Harry) y todo lo que vino después de nuestra despedida (seis álbumes en solitario) para ocupar el espacio que le debería haber correspondido junto a Guy Chadwick, Lloyd Cole, Grant McLennan, Robert Forster, Edwyn Collins, Stephen Duffy, Michael Head y, de haber tenido la oportunidad, David McComb.


Hoy me he despedido de mi casera y ya es la segunda vez que abandono una casa en la que nadie me abraza al llegar, no termino de acostumbrarme a una casa vacía y a un cuerpo cansado por los kilómetros recorridos con falta de sueño. Cuando regreso del trabajo siempre veo a un extraño reflejado en el espejo, sin embargo, hoy ha sido diferente, nada más entrar al portal, en un gesto mecánico, he mirado al buzón, "Judges, Juries and Horsemen" aguardaba pacientemente y me he sentido culpable por los tres días que quizás haya estado encerrado (cómo si tres días importaran después de veintitrés años desde aquella primera vez), tenía cierto miedo, a veces idealizamos el pasado, pero ni el talento de Peter Astor ni el gusto musical de quien ésto escribe parecen haber envejecido lo suficiente. Mi memoria viaja en el tiempo y me creo de nuevo adolescente, siento frío, cruzo puentes, la niebla se disipa. Hoy sé adonde se dirigen mis pasos, la sensación de que alguien espere tu llegada es mucho más agradable de la que nunca hubiera imaginado el tipo solitario en que me había convertido. Hoy no me quiero despertar, permítanme seguir soñando. Hoy sigo dándole vueltas a quién sería el protagonista de la tercera de las casetes.



http://www.secondlanguagemusic.com/Press/Songbox/Pete_Astor.html


martes, 15 de mayo de 2012

Chuck Prophet, You did - Le Bukowski, San Sebastian

La pasada semana Chuck Prophet realizó una comprimida gira española (seis conciertos en seis días) en la que Bilbao, San Sebastián, Ourense, Valencia, Madrid y Barcelona tuvieron la oportunidad de disfrutar de su genio como compositor y virtuosismo como guitarrista. Esta crónica ya debería haber sido publicada, el retraso se debe a que yo ando metido en mi gira particular. Los aviones me llevan y me traen al amor, el coche me acerca al trabajo, y entre uno y otro, a veces coincidiendo con alguno de ellos, la música en directo consigue que el tiempo y el espacio se confundan en mi percepción, olvidar de dónde vengo y cual será mi próximo destino.
Chuck Prophet lo hizo: durante más de dos horas mi coche estuvo aparcado en San Sebastián sin yo saber por qué mientras recorríamos las calles de San Francisco a través de las canciones de su último trabajo discográfico, un homenaje a la ciudad que lo vio crecer, historias convertidas en realidad por cinco músicos y vividas en directo por las más de doscientas personas que nos citamos en Le Bukowski a pesar de que ni un puñetero cartel en toda la ciudad anunciaba la actuación del californiano, la propia sala carecía de ellos y hasta de las entradas impresas en papel que los nostálgicos coleccionamos entre nuestros recuerdos (lo cual me hace deducir que no se vendió un solo ticket por anticipado).
Por un momento llegué a pensar que los dos vinos caídos en mi estómago vacío estuvieran detrás de que Minnie (sí, la novia de Mickey Mouse) decorara mi mano izquierda como salvoconducto para traspasar la línea que nos separaba de la calle en la que los asistentes apuraban un último cigarro antes de acceder al interior del local. Un tatuaje de color rojo por doce euros.

La música y una cerveza, tostada y muy fría, me ayudan a tomar conciencia de mi verdadera situación, ¿de verdad doce miserables euros son el precio por ver al autor del mejor disco de rock en lo que va de año?
Sobre el escenario, los instrumentos (guitarras, bajo, batería y teclados) parecen esperar a sus dueños, a quienes reconozco de anteriores ocasiones (salvo al encargado de la batería) sentados en un lateral reservado al fondo de la barra. R.E.M. (mucho tiempo atrás, compañeros de generación de los Green On Red donde un tal Prophet tocaba la guitarra) suenan de fondo.
Una vieja televisión es mi única compañera en primera fila, sobre ella descansa la cerveza con la que trago a trago me bebo los momentos previos a una actuación que será muy diferente a la de hace poco más de un año en el mismo lugar. Entonces una sala abarrotada vio a los Spanish Bombs interpretando el "London calling" de The Clash, esta vez The Mission Express serán su apoyo para tocar canciones propias, sin embargo el espíritu de Joe Strummer se ha hecho un hueco para siempre en el alma de un artista musicalmente tan cerca de Tom Petty como de Alex Chilton y cuyo corazón sigue latiendo con sangre de aquel Bruce Springsteen de quien toma prestada “For You”.

La razón de su nueva visita era enseñarnos como le sienta el directo al disco que se traía bajo el brazo. "Temple Beautiful" fue interpretado en su práctica totalidad despojado de los arreglos y el toque mágico de Brad Jones en el estudio, pero ganando en temperatura al frío plástico y con la naturalidad del genio capaz de hacer convivir el presente inmediato en clave de power pop de “Castro Haloween” o “Play that song again” con un pasado recorrido en solitario desde hace más de veinte años: la inicial descarga eléctrica de “Storm across the sea”, el clasicismo recuperado de “Balinese dancer”, la catarsis guitarrera de “Summertime Thing” (tras escuchar peticiones del público) o ese himno que siempre deja para el final, y que enloquecería a cuarenta mil personas en un estadio de fútbol, “You did (Bomp Shooby Dooby Bomp)”, coreado (siempre a destiempo) por los doscientos asistentes, suficientemente locos de antemano, en una versión blusera y estirada hasta el infinito.

Apenas nos dio un respiro, se olvido de los tiempos más reposados de su último álbum (queda pendiente “Museum of broken hearts”) y sólo tomó aire para cederle el testigo a su inseparable Stephanie. The Mission Express se convirtieron por unos minutos en The Company Men, ella se colgó la guitarra y todos aprendimos a contar al ritmo de “Count the days” (−“one, two, three, tour, five, six, seven...”) que nos marcaba el cantante, guitarrista y teclista improvisado para la ocasión sustituyendo a la mujer que no deja de mirar durante todo el concierto, la busca instintivamente para encontrar a quien presentó como su amiga pero cuya mirada denota la complicidad más propia de una amante. Verlos sobre el escenario interpretando a dúo “Little Girl, little boy” es la mejor forma de explicar sin palabras qué es eso de la química entre dos personas.

Y... ¿A que no saben qué dos cosas tienen en común San Francisco y San Sebastián? El mar y... Roy Loney. En un homenaje a la ciudad de San Francisco no podía faltar quien grabara su último disco mano a mano con los donostiarras Señor No. A petición expresa de Prophet, nos metimos en el pellejo del pequeño líder de los Flamin’ Groovies para cantar “Temple Beautiful” (suya es la voz invitada en la canción que comparte título con el álbum) y, ya en los bises, corear el estribillo de la eterna “Shake some action” antes de caminar hasta el final de la calle Egia, cruzar el túnel que bajo las vías del tren nos lleva al río y descender con la corriente hacia la playa de Gros. En el mar: tablas de surf, sobre el escenario: “Pipeline”, debajo: doscientas personas sobre una ola venida desde California.

Dos días tardó en borrarse Minnie del dorso de mi mano. El recuerdo de Chuck Prophet permanecerá, consiguió que durante más de dos horas me olvidara del pasado e ignorara el futuro. Pero seguí echando de menos a las personas, una vieja televisión resultó no ser compañía suficiente.


Nos empeñamos muchas veces en no sacar del anonimato a aquellos artistas que sentimos más nuestros por no ser del gusto y consumo masivos, son un secreto compartido con la crítica especializada y seguramente, aunque en privado presumimos de sus excelencias, los celos nos harían enfermar si la justicia les pusiera en el lugar que se merecen. Hace cuarenta años hablaríamos de Nick Drake o The Velvet Underground; el tiempo pasa tan deprisa que Elliott Smith o Nikki Sudden todavía viven en nuestra memoria; hoy pudieran serlo Elliott Murphy, Willie Nile, Joe Henry, Josh Ritter, Dayna Kurtz... y cien o doscientos más, dependiendo del (buen) gusto y la curiosidad de cada uno. Recorren carreteras secundarias, apenas transitadas por el público, pero quien guste de viajar sabe que la dificultad del camino suele ser proporcional a la belleza de las rutas por descubrir.
Un viaje imposible a la hora de elegir uno sólo de sus álbumes como destino definitivo. He leído en varios medios que "Temple Beautiful" es su mejor disco, tan sólo es el último, cualquiera de sus predecesores, una inmaculada colección de honestas obras maestras, pudiera ser considerado como tal y canciones de todos ellos son rescatadas concierto a concierto. Merece la pena retroceder hasta 1990, cuando Green On Red todavía tenían cosas que contar, para encontrar en "Brother Aldo" un debut en el que ya se respira la magia que era capaz de trasmitir en unas canciones compuestas para ser cantadas a dúo con Stephanie Finch. En el camino: "No Other Love", "Age of Miracles", "Homemade Blood", "The Hurting Business", "Balinese Dancer"... el tiempo les ha tratado maravillosamente bien y su creador no ha perdido un ápice de la rabia inicial, basta con escucharle cantar en directo − “ Princess cards she sends me with her regards...” , aunque los versos no le pertenezcan.

Utilizando una expresión callejera, la misma con la que contestara Joserra a mi SMS preguntándole qué tal en Bilbao: "el putoamo". Rock en estado puro, el de uno de los grandes, de nuevo, en una pequeña sala.
Empezamos a contar los días hasta la próxima vez.

Red River cuenta lo sucedido en Bilbao
En Ourense disfrutaron de Chuck en solitario
En Barcelona estuvo bboyz1970

domingo, 22 de abril de 2012

The Waterboys - Espacio Santander - The thrill is not gone.


Como si el tiempo pasara para todos nosotros pero no para Mike Scott... ¿o, acaso no éramos unos niños cuando grabara ese puñado de canciones tan grandes que se ganaron el adjetivo de BIG MUSIC?, miro a mi alrededor y somos mucho más viejos que entonces, tan solo han pasado treinta años y él sigue siendo el mismo que protagonizaba las portadas de aquellos tres primeros discos mil veces soñados encima de un escenario. Pero no, no era demasiado tarde. Tan sólo han pasado treinta años y las buenas canciones nunca envejecen, ni los buenos rockeros, y si no que se lo pregunten a quien haya tenido la fortuna de ver a Willie Nile no muy lejos del lugar y, por supuesto, a todos los presentes en el Escenario Santander (“...a cool place in the underground”).

Cierra los ojos, respira profundamente y comenzaremos a buscar juntos en nuestro interior.... Los versos robados a una de esas canciones que te acompañan toda la vida, una canción de amor, tal y como la presentó Mike Scott, son los que mejor resumen el concierto de una gira bautizada An appointment with The Waterboys jugando con las palabras del título de su último álbum. Un viaje bajo la piel, recorriendo cada uno de sus poros, ese escalofrío con efectos secundarios que de niños llamábamos carne de gallina y ahora identificamos con la emoción, tú y yo, amantes, ladrones, locos y pretendientes. Un viaje de ida a 1982 y vuelta a 2012. Todo lo que tenemos que hacer es entregarnos.

Hay más público del esperado cuando tres días antes la venta anticipada apenas había dado sus frutos, el lugar presenta un casi lleno con caras poco habituales, nostálgicos que a buen seguro guardan entre sus recuerdos aquel vinilo con diez músicos en la portada, un público maduro, heterogéneo y portador, sin saberlo, de la fórmula química que metaboliza la magia a un lado y otro del escenario.
A las nueve y media, con puntualidad británica, dos canciones del disco que ha servido de excusa para volver a vernos de cerca son la introducción perfecta del show, los versos de William B. Yeats saldan una deuda pendiente de Mike Scott con el poeta irlandés, absolutamente concentrado, sin apenas levantar la mirada del micrófono, los recita como si le pertenecieran, “The Hosting of the Shee” y “News for the Delphic Oracle”, crecen en directo y se acercan a la ciudad de Londres recién comenzada la década de los ochenta, mucho tiempo antes de "Fisherman’s blues" y la efímera popularidad entre un público cuya estúpida memoria colectiva siempre asociará al folk, Irlanda, violines y mandolinas. ¿Y, acaso no son eso The Waterboys? Por supuesto, son un grupo de folk, y de country, y de soul, y de rock, y antes y después de todo hacían big music poseídos por el espíritu de Patti Smith, la poesía de Bob Dylan, el alma de Van Morrison y la libertad de Hank Williams.
La batería de Ralph (¿de dónde demonios ha salido, Dios mío?) nos despierta para siempre, no necesitamos seguir soñando, está sonando “Rags”, la energía after punk en aquel tiempo compartida con un tal Nikki Sudden de quien tomara prestado su saxofonista, Anthony Thistlethwaite, para formar una banda que terminaría por llamarse The Waterboys. “All the things she gave me” echaría de menos aquellos arreglos de viento de no ser porque Steve Wickham cubre ese espacio hipnotizándonos con su violín; “The Thrill is gone”, la canción más triste jamás escrita (“...hold on to your friends... if you have one”) es la tercera del mítico "A Pagan Place" y no, no es un sueño, Mike recuerda “A girl called Johnny” y Patti Smith palpita con cada golpe de un piano que sólo él sabe tocar así. ¿De verdad Wickham no estuvo presente en las grabaciones de aquellos discos? No te puedes imaginar “A girl in the swing” sin sus notas empujando el columpio invisible de esta preciosa canción de amor.
Sin descanso, y sin dejar de recuperar un pasado que no parece tan lejano, la acústica y el piano son nuestros únicos cómplices al abrazar, aunque no esté a nuestro lado, a la persona a quien cantamos “How long will I love you”, mientras haya estrellas sobre ti, y por más tiempo si pudiera. Es su manera de coger aire ante la descarga eléctrica de “Glastombury song”, como Neil Young exorcizando sus demonios, y dejarse el alma para reivindicar un descarte de las sesiones de "Fisherman’s blues", “Lonesome old wind”, el gospel que sólo Mike sabe por qué quedó fuera del disco, no dejes nunca de soplarnos.
“Mad as the mist and snow”, otra de las composiciones a medias con William Yeats, marca el ritmo de una lucha de máscaras que en anteriores giras utilizaba como campo de batalla “Be my enemy”, la recta final de una actuación que parece habérseles escapado de las manos. Se saltan el guión y nos muestran que por encima de cualquier otra cosa son una banda de rock, y rock‘n’roll es lo que nos hacen bailar mientras disfrutan “At the hop” tanto como nosotros haciendo los coros: - let’s go to the hop, oh baby, ahh, ahh, to the hop; nadie se lo esperaba, la banda, tan sorprendida como el público, tiene licencia para todo, James Hallawell toca el piano con los pies y Wickham olvida sus orígenes haciendo los coros hasta que el jefe le prohíbe acercarse al micrófono.
Sucede cuando la clase y la pasión confluyen, eso que... es tan difícil de describir... Mike Scott lo tiene, y se percibe cuando nos mira, cuando canta, cuando baila moviendo las piernas a punto de partirse en dos mientras chasquea los dedos, cuando toca la guitarra o se sienta al piano, cuando recita, cuando aúlla, cuando respira...
Estamos a punto de cerrar los ojos con la canción que The Waterboys nunca dejarán de interpretar porque nunca nos dejará de emocionar, “The Pan within” no quiere acabarse, y todo lo que tenemos que hacer es entregarnos, rendirnos, pero no tan pronto. Esto es el mar, es un lugar especial, y el primero de los bises comienza con “Don’t bang the drum”; antes de que los músicos vuelvan al escenario, la trompetas pregrabadas ya nos ponen sobre aviso y el vello de nuestros brazos delata lo que significó para nosotros un disco en blanco y negro que así comenzaba, el mismo que guardaba dentro de sí “The whole of the moon”, al principio irreconocible en una versión reggae para sorpresa, y disfrute, de quienes la hemos escuchado un millón de veces, hasta que se transforma y termina por estallar.
Los aplausos los devuelven al escenario y nos regalan una nueva visita a "Room to roam", el álbum olvidado tras la resaca del éxito, donde cantaba al amor porque, en sus propias palabras, las canciones de amor nos pertenecen, “A man is in love”, tan sencilla, tan perfecta, esa preciosidad que acaba como el rosario de la aurora con todos los músicos bailando en circulo antes de poner punto final, como no podía ser de otra forma, con “Fisherman’s blues”, pero ahora con todos nosotros girando en el sentido del violín de Wickham a la voz de one, two, three de Mike Scott, una y otra vez, una y otra vez...

Han pasado más de dos horas, el viejo viento no ha dejado de soplar. Es tiempo de recuperar aquellas canciones que nos hacían soñar hace ya tres décadas. Una noche que recordaremos mientras haya estrellas sobre nosotros.


Tan sólo me preguntaste si sabía lo que era el amor
por supuesto que lo sé, por supuesto que sé lo que es el amor
es el ladrón de mi sueño...
...vive en la chica del columpio


SETLIST
1. The hosting of the shee AN APPOINTMENT WITH MR. YEATS 2012
2. News for the Delphic oracle AN APPOINTMENT WITH MR. YEATS 2012
3. Rags A PAGAN PLACE 1984
4. All the things she gave me A PAGAN PLACE 1984
5. The thrill is gone A PAGAN PLACE 1984
6. A girl called Johnny THE WATERBOYS 1983
7. The girl in the swing THE WATERBOYS 1983
8. How long will I love you? ROOM TO ROAM 1990
9. Glastonbury song/Bright lights, big city DREAM HARDER 1993
10. Lonesome old wind TOO CLOSE TO HEAVEN 2001
11. The Raggle Taggle Gypsy FISHERMAN’S BLUES 1988
12. Mad as the mist and snow AN APPOINTMENT WITH MR. YEATS 2012
13. Be my enemy THIS IS THE SEA 1985
14. At the hop (versión de Danny & The Juniors) 1958
15. Has anybody here seen Hank? FISHERMAN’S BLUES 1988
17. The Pan within THIS IS THE SEA 1985
1er. bis:
18. Don't bang the drum THIS IS THE SEA 1985
19. The whole of the moon THIS IS THE SEA 1985
2o. bis:
20. A man is in love ROOM TO ROAM 1990
21. Fisherman's blues FISHERMAN’S BLUES 1988

lunes, 26 de marzo de 2012

Willie Nile - BlackBird - Santander, 22 de marzo de 2012

Me gustaría empezar esta crónica con el e-mail no enviado a un amigo ante la posibilidad de ver a Willie en alguna de las citas que todavía tiene pendientes:
La sala se convertirá en la casa de las mil guitarras, Jimi Hendrix tocara toda la noche, John Lee Hooker te dará una patada en el culo, Jim Carroll y Ramones correrán por las calles de Nueva York y te cruzarás con The Beatles y The Stones. Perderás la vergüenza y saltarás, si te atreves, llorarás. Te preguntarás qué es eso de la fama y te engañarás pensando que hay un mundo fuera donde Withney Houston se cambiaría por un tipo como Willie sin dudar. Y desearás estar rodeado por siempre de aquellas personas que junto a ti se emocionan con el amparo de la oscuridad y vibran con la coartada del rock y del punk que, por mucho que se empeñen las enciclopedias en contarnos otra versión, nació en un garito llamado CBGB’s.

Aún no hace un año desde que el americano girara por nuestro país con parada en Bilbao. Cuando la visita de un artista está relativamente cercana y, además, no tiene un nuevo álbum que presentar, te preguntas si merecerá la pena repetir (los tiempos no están para hacer muchos alardes económicos y más si Tindersticks me esperaban al día siguiente y Mark Lanegan cinco días después), si segundas partes serán buenas y... ¿Merece la pena volver a hacer el amor después de un día, dos, una semana o veinte minutos desde la vez anterior? Es lo que me respondo cuando me hago la primera de las preguntas y les aseguro que casi siempre merece la pena repetir.
El jueves hicimos el amor con Willie de forma diferente a la anterior, más intensa, más breve pero, como buen amante, nos dio todo lo que llevaba dentro hasta que su voz ya no le permitiera continuar. Lo que de antemano pudiera haber sido "una vez más" se convirtió en una de esas noches especiales cuya razón difícilmente llegaran a comprender quienes ven a sus ídolos rodeados de treinta o cuarenta mil semejantes. Una de esas veces (y ya no me refiero al sexo) en que los aplausos no responden a un gesto mecánico, sino a la sorpresa, la admiración y el eufórico reconocimiento.

No había setlist, ya saben, esos papelitos que a los pies de los músicos les sirven de guía. No hacía falta. Un cuaderno forrado, manoseado, paseado por mil y una salas, que imagino con las letras de la mayoría de sus canciones, era todo lo que necesitaba para no olvidarse de aquella estrofa que con el paso del tiempo parece resistirse a la memoria. Willie Nile proponía, abría ese cuaderno que tiraba y recogía una y otra vez del suelo, y la banda le seguía; daba la sensación de que pudieran interpretar cualquiera de las canciones recogidas a lo largo de una discografía intachable, desde hace más de treinta años hasta las todavía no publicadas de ese nuevo disco cuyo adelanto, “Holy war”, rescató de mi subconsciente “All along the watchtower” (quizá más en el espíritu que en la sucesión de acordes) y promete un fantástico futuro inmediato.

Cumplida media hora después de las nueve, el sonido de la inicial “Singin’ bell” nos esconde la voz tras las guitarras pero, tan sólo dos canciones más tarde, para cuando llega el primero de los grandes momentos de la noche, la banda y la mesa han encontrado su equilibrio. “Heaven help the lonely” ya juega con nuestro sistema nervioso y quienes se habían acercado a Blackbird por curiosidad o recomendación (como es el caso de mis dos inesperados acompañantes) se empiezan a preguntar de dónde ha salido Willie Nile y si de verdad son 64 los años que llevan recorriendo el mundo esos escasos 50 kilos de huesos y pasión. Y a mí me gustaría contestar a esa pregunta nunca formulada que descubrí a Willie Nile gracias a un disco que debería figurar en todas las enciclopedias, que compré casi por casualidad y que siempre tengo a mi lado, "Beautiful Wreck of the World", donde está incluida “On the road to calvary” en memoria a un amigo perdido, Jeff Buckley, que otra “desconocida” de nombre Lucinda Williams considera la mejor canción por ella escuchada; añadiría que aunque compañero generacional de Bruce Springsteen o Elliott Murphy no debuto hasta casi diez años después que ellos con un álbum homónimo, donde me encontré con “Vagabond moon”, lleno de poesía escrita a lo largo de una vida de quien siempre se creyó escritor antes que músico; y terminaría por asegurar que en justicia debería haber traspasado las fronteras de las ochenta o noventa personas que nos citamos en una pequeña sala detrás del ayuntamiento de Santander después de haber compuesto una de las mejores crónicas de la ciudad que lo adoptó, el imprescindible "Streets of New York", en la que se coló el sonido de los móviles de aquellas llamadas nunca contestadas la mañana del 11 M de Madrid, la rabiosa “Cellphones Ringing in The Pockets of The Dead”.
Ninguna de las canciones citadas sonaron el pasado jueves, tampoco la “stoniana” “She’s so cold” por la que cualquier otro hubiera pleiteado hasta el fin de sus días, y, aunque desde el público se escuchaba alguna que otra petición, no echamos en falta ninguna de ellas porque maneja un cancionero al alcance de muy, muy pocos artistas en el que sus últimos discos están tan cargados de clásicos como los primeros. "House of a thousand guitars" (2009) y "The innocent Ones" (2010) fueron sus álbumes más revisitados, pero podría haberlo sido cualquier otro de sus ocho imprescindibles trabajos.

“...My spanish is so bad but... my rock’n’roll is not so bad” , dijo antes de darnos la bienvenida en un esforzado castellano y mostrarnos el precio de la fama con “Rich and broken”, en esta ocasión, dedicada a Withney Houston. Cree realmente posible un mundo mejor y pone su granito de arena con “The innocent ones” o “Give me tomorrow”, pero no confía en los políticos para llevar a cabo este cambio y así lo cuenta en “Game of fools”, la primera que necesitó del cuadernillo porque, según se disculpó, es una canción que no ha tocado muchas veces en directo. El puño en alto era su señal de comunión con un público al que estaba dando poesía y rock en estado puro y que iba a vivir uno de los momentos más emocionantes que, a buen seguro, nos depararán el presente 2012 y posiblemente muchos años venideros. Se sentó al piano hasta entonces escondido en un lateral del escenario para interpretar dos temas con los que se alcanzó el climax absoluto: “Streets of New York”, escalofriante cuando la armónica colgada de su cuello silenciaba una sala transportada a las calles de la gran manzana, imágenes en blanco y negro de la ciudad descrita en "Born to run" por un Bruce Springsteen física y musicalmente más cercano al actual Willie Nile que a sí mismo y, aún no recuperados, “Love is a train”, un recorrido por todas las estaciones posibles del amor al que se sube la banda al completo cada vez que el sonido del vapor anuncia la salida de un viaje de ida con billete de primera clase y sin regreso posible. Willie, yo no me quiero apear nunca de ese tren.

Retomó la guitarra y señalándose las venas de sus brazos “Run” nos hizo creer que el concierto acabara de comenzar, una descarga final para la que se tenía reservada una sucesión de himnos que cantar con toda la sala haciendo los coros: “One guitar”, “House of a thousand guitars” y “People who died” en la que volvemos a Nueva York, pero esta vez en color y a los alrededores del CBGB’s y el Chelsea Hotel, junto a todos aquellos que ya no están para contarlo (con Jim Carroll a la cabeza, por supuesto, y un Joey Ramone al que ya le había dedicado “Can’t stay home”).
Preguntaba la hora y se resistía a abandonar el escenario antes de cumplir con un mínimo que imagino autoimpuesto, —“¿One more?, ok, just one more” . Y tras confesarnos los problemas de su garganta, llegaron los Beatles de “A hard day’s night”. —“¿One more?, ok, just the last one” . Y nos despidieron los Ramones de “California sun”.
Saludaron, dieron las gracias, firmó discos y se hizo mil fotos, siempre con una sonrisa y un —”Thak you very much” tan reales como el tipo que un par de horas antes habíamos visto junto al resto de su banda caminando por las calles de Santander enfundado en su plumífero azul, quizás negro, con la capucha puesta, en busca de un sitio donde tomar algo o simplemente tratando de estirar las piernas antes de la actuación. Un músico al margen de la popularidad (money is ok but fame is not good), uno de esos trovadores, poetas callejeros que se transforman en personas de carne y hueso cuando se descuelgan la guitarra y que giran por pequeñas salas donde para conseguir una entrada la gente no hace cola dos noches antes de que salgan a la venta. La sala Blackbird, desconocida hasta entonces por mí, resulto ser el lugar perfecto para mostrarnos la grandeza de Willie Nile y la verdadera la esencia de la música, de donde no debería haber salido nunca para prostituirse en el negocio de los estadios de fútbol.

- Foto & video registrados por Arrate en la sala Blackbird. Un millón de gracias.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Chuck Prophet - Temple Beautiful

Aún no ha llovido lo suficiente para olvidarme de que "Let Freedom Ring" estuvo en lo más alto de mi particular lista con lo mejor de 2009. Sería recurrente repetir la frase hecha, y mil veces pronunciada, Chuck lo ha vuelto ha hacer. Chuck lo lleva haciendo desde hace más de veinte años, publicando clásicos imprescindibles, reinventándose, dándole patadas en el culo a los puristas del rock’n’roll y dándoles rock’n’roll a los puristas de todo lo demás.

Antes de grabar esta... Puta Obra Maestra, estuvo paseando durante un año el "London Calling" de la mano de Chris Von Sneidern y los Spanish Bombs como, según me han contado, nadie podría ni seguramente se atrevería, ¡Dios! Nos quedamos a las puertas del Le Bukowski donostiarra ya con las entradas agotadas y un llenazo que no le permitió al portero hacernos el favor. Un mitómano quizá se hubiese conformado con, tal y como nos sucediera, verle salir a fumar un cigarro justo antes del comienzo, estrecharle la mano y rematarlo con una foto (ninguna de las dos últimas cosas sucedió, naturalmente). Yo sólo quería escuchar su música, nada más.
Estoy seguro de que el disco de los Clash (que comenzara con el acorde más reconocible de la historia del rock) ha tenido mucho que ver en el espíritu heterogéneo de "Temple Beautiful" y en ese acorde inicial de “Play that song again”, la canción que te da una bofetada de la que ya no te recuperas hasta tres cuartos de hora después, la que te levanta los pies del suelo y te obliga a corear — oh, oh, oh! como un adolescente que acabara de descubrir esta música que le debe al diablo más que a ningún dios conocido. Después de todo, el disco es un homenaje a la ciudad de San Francisco y en Estados Unidos habrá unos cuantos que asocien al demonio con la ciudad de la paz y del amor (libre) donde antes que en ninguna otra parte (salvo en aquella Grecia que no tiene nada que ver con la actual) los homosexuales podían dejar el armario en casa con las puertas abiertas de par en par; así que el segundo tema, “Castro Halloween”, se lo dedica al barrio gay de la ciudad y la fiesta que se celebra en tan señalado día.
Hemos montado en el autobús (literalmente, para la presentación del álbum un autocar lleno de fans, con Chuck y su guitarra en el asiento delantero, visitó los lugares dónde se desarrollan las historias contadas en el disco), ya no hay vuelta atrás, pero sí que es posible pisar el freno y ahí es donde Prophet emociona realmente; dedicada a todos los solitarios encontrados en sus giras (a veces, él mismo), “Museum of Broken Hearts” es la canción: cuando todas sus influencias se convierten en referencia; los tiempos reposados son los que nos muestran ese sonido genuino del californiano que podríamos haber encontrado en cualquiera de sus discos precedentes, como “The Left Hand & The Right Hand”, la agridulce negación de la realidad (—“don’t tell me you don’t want my love, don’t tell me you don’t need my love”), o “He came from so far away (Red Man speaks)”, marcando nuestras pulsaciones, acelerándolas gracias a la voz de una Stephanie Finch que nos enamora antes de desaparecer como cantos de sirena para, jugando a ser Nancy Sinatra y Lee Hazlewood, convertirse en el contrapunto femenino de “Little Girl, Little Boy”.
Y así podríamos seguir hasta “Emperor Norton in the last year of his life”, la balada final, analizar canción a canción (casi lo hemos hecho, sin acordarnos del single, posiblemente la más callejera y urbana de todas ellas, “White Night, Big City”) de un disco que suena tan... ¿clásico, pero imposible de clasificar en la estantería de los estilos?, donde caben desde el punk hasta el pop de los cincuenta sin que nos demos cuenta del cambio, que cuenta historias vividas en las mismas calles en las que crecieron los Flamin’ Groovies del incombustible Roy Loney, donde se forjaron los X de John Doe y se educaron Willy y sus Mink DeVille. Un recorrido musical que nos muestra todas las caras del Prophet conocido: el guitarrista admirado por Lucinda Williams admirador de Waylon Jennings; el amigo de Alejandro Escovedo que versiona a Bruce Springsteen, Alex Chilton y a The Modern Lovers; eternamente comparado, musical y estéticamente, con Tom Petty; y uno de los pioneros de aquello que llamaron Paisley Underground que no vendiera su alma al diablo (supongo que porque Green On Red nunca tuvieron una oferta tentadora) facturando un disco que, intentando que no se note en exceso mi admiración por su autor, me deja sin adjetivos ante tal demostración de talento, de clase, de corazón, de nervio, ¿acaso no eran The Nerves de San Francisco?, y de power pop, claro, de power pop.


"Temple Beutiful" ha cambiado el destino impreso en mi tarjeta de embarque. Tenía intención de viajar a Nueva York, la ciudad con más y mejores cronistas de sus calles, desde Lou Reed hasta Willie Nile, Bruce Springsteen, Elliott Murphy o Garland Jeffreys (a quien reconoce como modelo). San Francisco ha encontrado el suyo, y yo a quien me guíe por ella (¿se le puede pedir más a un álbum?), desde Temple Beautiful hasta Twin Peaks, pasando por Castro street y el museo de los corazones rotos, por supuesto. Si se apuntan al viaje, no se olviden de llevar una flor en el pelo.


Lo ha vuelto a hacer, y van... por lo menos diez. Esta vez, Brad Jones estaba tras la mesa.
Oh Oh Oh play that song again, oh oh oh, I could hear it all night long

P.D. Si quieren saber más y mejor:
Temple Beautiful / Track-By-Track guide.
Chuck Prophet - Temple Beautiful, canción a canción en la Land.

lunes, 5 de marzo de 2012

Robyn Hitchcock – Tromso, kaptein

A Robyn Hitchcock me lo presentó Michael Stipe. El lider de R.E.M. puso su voz en “She doesn’t exist”, no recuerdo ni donde ni como la escuché pero si que me veo días más tarde rebuscando entre montones de vinilos aquel que pudiera contener tan preciosa canción de la que no conocía nombre ni edad. Como casi siempre, me equivoqué, pero mi discoteca está llena de felices errores (los tristes acabaron en tiendas de segunda mano). Me llevé "Queen Elvis" bajo el brazo y “Madonna of the wasps” giró a 33 revoluciones por minuto. Me repetía —Is this love?..., atrapado sin remedio en ese mundo del que nunca tendremos la certeza de si provienen de él o ha sido creado por aquellos artistas cuya realidad no parece de éste.

"Perpex Island", sería el siguiente, aunque ya no buscaba sólo una canción, la había encontrado.


Han transcurrido no sé si casi o más de veinte años desde entonces. Un montón de discos, nuevos unos y rescates del pasado otros muchos, han alimentado el deseo, siempre esquivo de realidad, de verlo en directo. Su voz es única, inconfundible, inalterable, la misma que a finales de los setenta estaba al servicio de The Soft Boys (aún, cuando el capricho de los astros así lo decide) creando un estilo imposible de describir sin citar al propio Robyn Hitchcock, por mucho que se esfuercen en encasillarlo dentro de los cánones de la psicodelia británica y de que lo emparienten con los Beatles que dieron a luz “Lucy in the Sky with Diamonds”, con los Pink Floyd de la era Syd Barrett o con el Bob Dylan de todas las eras. ¿The Byrds tocando canciones de The Velvet Underground? Robyn Hichcock tocando sus canciones, inacabadas, imperfectas, geniales.

Ninguno de sus discos será considerado por las revistas especializadas entre los mejores del año (tampoco lo he visto aparecer en muchos blogs), pero les aseguro que me sucede con cada uno de sus trabajos: se abren paso con dificultad pero poco a poco te atrapa la magia que desprenden sus notas, sus letras, sus dibujos (habitualmente es el autor de las portadas); magia que sale a borbotones hasta de la última de las demos incluida como bonus track en la jugosas reediciones de sus primeros álbumes.
Esta vez la criatura se llama "Tromso, kaptein", y para quien no conozca a nuestro protagonista podría ser el primero, viajar en el tiempo y nunca tener la certeza de si estamos a finales de los setenta, los ochenta o empezando a descender por la segunda de las décadas del nuevo siglo. Arreglado con mimo, una sección de cuerda mece las melodías en la profundidad, los coros femeninos sacan las canciones a la superficie y añaden una dosis de ternura y juventud que podría ser increíble en quien lleva más de treinta discos publicados, tratándose de Robyn Hitchcock nada es sorprendente. POP sin fecha de caducidad ni partida de nacimiento.


Plagiando el título de una de sus canciones: Robyn, tienes cielo.

sábado, 25 de febrero de 2012

Josh Rouse, tan dulce como una canción de Carole King.
Sala Azkena, Bilbao 18 de febrero de 2012

Ver una película fue suficiente para terminar de convencerme. No estaba muy seguro de volver a un concierto de Josh Rouse, hacía poco más de un año desde nuestro primer encuentro en San Sebastián y... Ella me preguntó si sabía quien interpretaba la canción que sonaba de fondo. Claro que lo sabía.
Ella me había acompañado aquella primera vez, nuestro primer concierto juntos aun sin saber que estábamos destinados a muchos más. Ella es como un niño, musicalmente hablando, todavía no contaminado, ni por el qué dirán de la crítica especializada, ni por su condición de fan que comulgue con ruedas de molino. A ella el concierto de la donostiarra sala Gazteszena, presentando "El Turista", en formato acústico y con aires muy mediterráneos, le gustó, pero aquel no era Josh Rouse, al menos no era el que yo conocía. Yo y los dependientes de más de una tienda a punto de desaparecer a los que volví locos buscando los primeros discos del cantautor americano que había descubierto gracias a una canción, “Directions”. Han pasado muchos años desde entonces y lo que prometían "Dressed up like Nebraska", "Under cold blue stars" o el álbum que contenía aquella primera canción, "Home", se convirtió en realidad con dos putas obras maestras de nuestro tiempo: "1972" y "Nashville". Brad Jones ya no está tras los controles, pero no sería justo decir que ese fuera el motivo del cambio, también imagino a Paz Suay hasta los cojones (perdón, hasta los ovarios) de que le reprochen que Josh no es el mismo desde que está enamorado. Su nuevo disco retoma el camino que empezara a recorrer con "Subtitulo", un viaje desde California hacia las playas de Brasil para el que ha encontrado la perfecta compañía.

Tratándose del sábado de carnaval la entrada era más que aceptable, las calles, abarrotadas de gente con ganas de fiesta, dificultaron nuestro aparcamiento y retrasaron el reencuentro con quien también formara parte del público aquella largamente esperada primera vez; por suerte, como suele ser habitual en las pequeñas salas, el retraso de la actuación jugó a nuestro favor. El jefe de la Land nos estaba esperando, el sonido era bueno y el calor humano garantizado. Entre los asistentes, caras reconocidas, muchas más mujeres que de costumbre, y algún que otro conejo (no quisiera dar lugar a malas interpretaciones, de haber invertido el orden de la frase..., es que hubo quien acudió disfrazado).
La esperanza de que se cumplieran los buenos presagios de Joserra (—“… en la prueba de sonido han tocado la canción de Carole King con guitarras eléctricas, esta noche será diferente…”), se tornó realidad en los cuatro versos con los que comienza esta preciosidad dedicada a su año de nacimiento:
She was feeling nineteen seventy two
Grooving to a Carole King tune
Is it too late baby?
Is it too late?
Ella recordaba la melodía de alguna de las canciones que yo creía olvidadas de aquel “guiri” que se atreviera con la lengua de Cervantes, pero esta vez la de Shakespeare fue la única protagonista y el concierto giró en torno a la obra maestra del POP situada justo en el centro de su discografía, "1972", y el recién nacido que se traían bajo el brazo, "Josh Rouse and The Long Vacations". Sus viejas canciones, diamantes de infinitos kilates como “Flight attendant”, “Winter in the hamptons” o “It’s the nighttime”, mucho más frescas de cómo las recordaba encerradas dentro de los surcos de los discos, se sucedieron sabiamente intercaladas con otras más recientes que, electrificadas, sonaron como si hubieran sido concebidas en un periodo creativo común, libres de estilo ni etiquetas, canciones para ser coreadas y disfrutadas con una sonrisa de oreja a oreja. Quizá ahí radique el secreto de “Lemon Tree” o “Diggin' in the sand”, en el estado de ánimo de quien las escucha.
La bossa se convierte en pop con la ayuda de un banjo (magistral Xema Fuertes, también a la pequeña batería tras la que se escondía haciendo bueno el dicho, tan difícil de verse cumplido, de que menos es más), y el pop en soul cuando las voces de los tres protagonistas se unen en el delicioso falsete de “Saturday”, o en gospel con los coros de “Sunshine”, mientras, el bajo eléctrico de Cayo Bellveser (que también nos conquistara al acordeón) lo convierte todo en funk, dotando a las canciones de un espíritu del que carecían, no sólo en la versión que nos mostraran en su anterior gira, sino también tal y como las conocíamos grabadas en el estudio, es posible que mejor acabadas, mejor vestidas, pero exentas de la magia que lograron trasmitir sobre las tablas. La sensación es de que hubiera encontrado la banda definitiva en sus Long Vacations y, con ellos, su sonido, un country-pop-rock-bossa-folk-mediterraneo (me siento estúpido intentando definir algo tan sencillo), que actualmente pasean sobre los escenarios revitalizando sus viejas grabaciones y envejeciendo (logrando que suenen clásicas) las de sus tres últimas entregas.

Nos sentíamos en los trópicos y fuera bullía el carnaval (— "Menuda fiesta, ¿eh?"), hasta que, con un pequeño set acústico, Josh Rouse, tímido con las palabras pero seguro con la guitarra (que se atrevió a tocar sentado entre el público) y genial con la harmónica, quiso enseñarnos su lado más profundo y necesitado de intimidad; aprovechando la ocasión para decirnos, con música, que entre sus influencias están todas esas bandas de los ochenta que a buen seguro también fueron las favoritas de la mayoría de los presentes (cuya edad ronda los cuarenta en el mejor de los casos, excepción hecha del niño musical que tengo a mi lado), “Boys don’t cry” fue inmediatamente reconocida y coreada. La banda ya no lo abandonaría hasta el final, “Slaveship” me sirvió de excusa para cantar, para gritar, — I love you, would you marry me?, antes de despedirse definitivamente con “Love vibrations”, el tacaño regalo final para quienes nos quedamos con ganas de más... y con una sonrisa difícil de medir durante... la hora impresa en el ticket del parking me demostró lo rápido que pasa el tiempo cuando lo disfrutas (y lo caro que sale no encontrar aparcamiento en las calles de Bilbao). El domingo estaba a punto de comenzar.

El domingo los discos de Josh Rouse giraban en mi reproductor, hacía mucho tiempo que no lo hacían, sonaban de fondo mientras le daba las gracias a quien se cruzara en mi camino hace poco más de un año, por acompañarme entonces y por acompañarme apenas hacía unas horas para descubrir las dos versiones del americano y, sobre todo, por haber logrado obtener la mejor versión de mí mismo, muy distinta de la que ella conociera hace poco más de un año.
"¿De verdad es el mismo a quién vimos ayer en Bilbao?"
"Si, Josh Rouse, ¿no reconoces alguna de las canciones?"
"Sí, pero… su voz… ayer parecía mucho más dulce."
"Quizás ahí resida el secreto de los verdaderos artistas, en directo nos muestran su mejor versión."

Me alegro de haber visto “Primos”, la película que eligiera “Quiet Town” para poner música a las calles de Comillas, me alegro de haber encontrado al niño musical a quien le debía un nuevo encuentro con Josh Rouse, la sonrisa parece no querer borrarse de mi rostro, el tiempo se esfuma...

jueves, 2 de febrero de 2012

Butcher Boy – Helping Hands

Salvo giros del destino, encontrar en tu vida a quien tenga la facultad de hacer parecer mejor a todo lo que le rodea rara vez sucede. Quizá por haber tenido esa suerte, he dejado de buscar en la música sensaciones que antes se me negaban con las personas, y también quizá por eso cada vez me resulta más complicado escribir, describir las virtudes de un disco que antes buscaba desesperadamente sin saber encontrar con quién compartir.
Bueno… eso creía yo. He tropezado con un artista que tiene precisamente la facultad de que el mundo parezca mejor cuando sus canciones suenan de fondo. Escuchar su último álbum, el primero que llegaba a mis manos gracias a la recomendación de quien desde ese momento me demostró tener un gusto exquisito, produjo en mí esa sensación que en vano podría intentar describir. Belle & Sebastian es el nombre más recurrente y que mejor los situaría en el mapa de la música si sólo una referencia nos estuviera permitido citar (además son de Glasgow), pero si dejamos girar el disco, y más aún, si retrocedemos a sus trabajos anteriores (e irremediablemente nos preguntaremos dónde cojones estaban escondidos), un buen número de influencias se abrirán paso entre sus canciones: The Smiths, Richard Hawley, Divine Comedy, Jacques... todas las bandas escocesas que sean capaces de recordar y, si me permiten viajar mucho más atrás en el tiempo, Love y un álbum que últimamente no puedo borrar de mi subconsciente, "Forever Changes".
Canciones construidas con y para el piano, pop barroco, precioso y preciosista, la banda sonora de decenas de películas vistas y soñadas, escenas todavía por rodar de una vida empujada por ejércitos de cuerda, viola, violonchelo, violines, ritmos pregrabados, guitarras acústicas, todo está permitido dependiendo de las circunstancias. Y al frente, John Blain Hunt, dramatismo vocal, tan afectado como Morrisey e ingenuo como Stuart Murdoch, un crooner para los tiempos que corren.

Más que un puñado de notas, un estado de ánimo, un momento de nuestras vidas, y aunque tú y yo sabemos que la música no es la verdadera culpable, discos como "Helping Hands" hacen que todo a mi alrededor parezca mejor. Permítanme incluirlo entre lo mejor del año pasado.