martes, 27 de diciembre de 2011

Diez discos para el 2012

2011 Ha sido un año extraño. Musicalmente hablando no estuvo al nivel del pasado 2010, sin embargo, emocionalmente el mejor año de mi vida deja momentos que recordaré para siempre con ayuda de sus canciones y, por ello, difícilmente podré ser objetivo con determinados discos.
Se va con mi particular sensación de dejar asignaturas pendientes, álbumes que no disfrutaremos hasta después del 31 de diciembre (los caprichos de una industria que agoniza), cuyos adelantos nos hacen salivar a la espera del plato principal: Leonard Cohen (“Show me the place”), Mazzy Star (“Common burn”), Chuck Prophet (“Castro halloween”) o Lambchop (“Mr. M”), son cuatro buenos ejemplos, como en mi vida, la sensación es de que lo mejor de la cosecha del casi difunto 2011 se recogerá en tiempo de su sucesor.

Son fechas de listas, me gusta husmear en las de los tipos con buen gusto (dense una vuelta por la de Jesús o la de Joserra), me enfado con las de las revistas (ignoran discos y artistas maravillosos y sabe Dios qué razones les mueven para colocar a unos en el 49 y otros en el 17), no le presto mucha atención a las que inundan la red (tal vez para enterarme de la publicación de algún álbum que se me escapó) y, bueno, yo también tengo la mía (pero no la voy a compartir con nadie porque cambia cada quince minutos). Me voy a limitar a recomendar diez de esos discos, sólo diez de los cientos que pasaron por mis oídos, diez de los que se quedaron conmigo. No le hagan ningún caso al orden, no hay ninguna razón para colocar uno delante del otro.


BRAZZAVILLE - JETLAG POETRY
El disco que más ha girado este año en mi reproductor. Me temo que David Brown nunca va a ser valorado como se mereciera, difícilmente sus canciones traspasarán las fronteras de los buscadores de tesoros.
Podríamos enterrarlo y, descubierto treinta años después, sonaría igual de bello y actual.
¿Hablamos de clase?



JOE HENRY - REVERIE
Pues hablando de clase, por asociación de ideas, a años luz del resto, en la dimensión de lo sublime e inclasificable. Para hablar de su música nunca encontraría las palabras adecuadas, colocarlo en una lista sería injusto, inalcanzable, para los demás.
El mejor productor del mundo, y uno de los mejores interpretes que haya visto encima de un escenario, ha publicado el álbum que yo colocaría justo en medio de la puta obra maestra que es “Civilians” (2007) y el sólo apto para paladares exquisitos “Blood from the stars” (2009).



A QUIET MAN - SADNESS TOLERANT SONGS
No muy lejos del universo de Brazzaville, Fabio Vega, aunque no lo parezca (y esto trata de ser un cumplido) es uno de los nuestros. Canta en inglés el fruto de asimilar un montón de influencias que toma para sí, siendo el resultado de una calidad imposible de encontrar en este país (al menos este año yo no conozco ningún otro caso) y no muy abundante fuera de sus fronteras.
En cierta forma me recuerda a Santi Campos (ahora al frente de Amigos Imaginarios) y la historia de siempre: no van a aparecer en ninguna lista “cool” con los mejores álbumes del año y, a duras penas, venderán la décima parte de discos que los modernillos gafa-pasta caídos en gracia con letras que no tienen ninguna. No importa, en sus propias palabras, han aceptado que el exito les de la espalda, compondrán un millón de canciones cojonudas, estarán cien veces a punto de arrojar la toalla, presumiré orgulloso de que sean mi secreto y seguiré gritándolo aunque nadie me escuche.



DOLOREAN - THE UNFAZED
Jugó con la desventaja de ser uno de los primeros en llegar a mis oídos comenzado el presente curso (ya se sabe que nuestra memoria es una zorra que, más aún en los tiempos que corren, le presta mucha más atención a lo recientemente descubierto), pero con la fortuna de caer en mis manos en el momento oportuno, tal y como me sucediera con... Volver a escuchar “The Unfazed” me ha recordado que estoy enamorado.
Lo siento, yo antes no era así.



MILES KANE - COLOUR OF THE TRAP
Una sorpresa, un golpe de brit pop. La reencarnación de Marc Bolan metido en el traje de Paul Weller.
El debut de un joven, que no de un recién llegado (The Rascals, Last Shadow Puppets) con muy buenos amigos y mucho mejores canciones. Alguno que yo me sé (y que se le ha arrimado para salir en la foto) mataría por haber firmado una sola de ellas.




VETIVER - THE ERRANT CHARM
Vinieron a Bilbao (sí, escribo desde Santoña, pero la capital vizcaína siempre ha sido mi referencia a la hora de asistir a mil y un conciertos) como teloneros de Fleet Foxes. De haberme sido posible, yo hubiera asistido invirtiendo el orden del cartel.
Están muy lejos de los tiempos en que se les apuntó al movimiento liderado por Devendra Banhart (¿anti-folk?). Han publicado su mejor disco, abrazan al pop y versionan a los Go-Betweens, en el tiempo libre producen discos tan maravillosos como el de Sarah Lee Guthrie & Johnny Irion, pero, según me contaron, los enteradillos que no ven más allá de lo que les dicen que tienen que ver (lease Fleet Foxes) les ignoraron en su actuación bilbaína. Ellos se lo pierden, al menos, hasta que una voz superior les diga que Vetiver “molan”. Yo me pregunto por qué.



DESTROYER - KAPUTT
Un disco especial para los que rondamos (o hace poco superamos) las cuatro décadas de existencia, aquellos a los que los ochentas nos pillaron con las hormonas amplificando y distorsionando las emociones y los recuerdos. Las canciones que todavía ponen banda sonora a esa parte de nuestras vidas parecen ser también las inspiradoras de Kaputt.
Píldoras para la memoria con efectos secundarios en los melancólicos crónicos. Una puta delicia.



RYAN ADAMS - ASHES & FIRE
Los artistas, como dueños de su talento, hacen lo que quieren cuando quieren (aquí el dinero juega un papel decisivo). La “coneja” de Ryan (Joserra dixit) lo ha ido regalando (el talento y me temo que también el dinero), puede que desperdiciando, publicando cientos de canciones imposibles de asimilar incluidas en álbumes y proyectos varios de los que muchas veces se hace necesario separar el grano de la paja. Ha dado reiteradamente por el culo a quienes esperaban y desesperaban por otro “Heartbreaker” u otro “Gold”, y, no sé si cansado de nadar contracorriente, ha pisado el freno reuniendo su mejor colección de canciones desde hace diez años. El genio sigue intacto y su voz, al parecer el motivo del obligado descanso, una de las más sinceras y desarmantes de entre los vivos.



THE JAYHAWKS - MOKINGBIRD TIME
¿De verdad a alguien le importa si Mark y Gary se llevan bien o se han rejuntado por la pasta? Su anterior trabajo, el que no se atrevieron a firmar con el nombre de la banda, no terminó de convencer a casi nadie, sobre todo a los que disfrutamos de las entregas en solitario de los dos egos principales de The Jayhawks, y quizá ahí radique la diferencia con la maravilla que han parido en el presente, en que Marc Pearlman, Tim O’Regan y Karen Grotberg, tienen su peso específico y son el elemento necesario para llevar las canciones más allá de lo simplemente correcto, cinco tipos tirando del carro (y de las voces) y dos compositores creando magia imperecedera.
Que se jodan los que esperaban otro “Tomorrow the green grass”, todos hemos crecido desde entonces, algunos madurado, y no se dan cuenta de que aquel disco, compuesto y publicado en el 2011 no hubiera sonado muy diferente a “Mokingbird time”, pero cada uno siendo dueño de sus canciones y de su tiempo.


BON IVER - BON IVER
No tengo razones.










jueves, 1 de diciembre de 2011

Rickie Lee Jones - Bilbao, 29 de noviembre de 2011.
Sala BBK


La vida te da sorpresas, la del martes fue escuchar casi íntegramente los dos primeros álbumes de Rickie Lee Jones. Publicados hace más de treinta años, han quedado grabados en la memoria colectiva del rock y siempre serán citados en primer lugar a la hora de referirse a la cantante norteamericana. "Rickie Lee Jones" y "Pirates" fueron vestidos de nuevo, maquillados y arreglados para sacarles a pasear con una banda de lujo, ocho músicos sobre el escenario, con sección de vientos incluida, para despedir mi año de conciertos (salvo sorpresa) y también el suyo (nos confesó que sería su última noche juntos). Quizá por ello fue una actuación especial, pero sobre todo porque encima del escenario había una ARTISTA, una diva, que me incitó a regalar todos los discos que poseo de esas chicas emergentes en el mundo del jazz y del rock (no citaré nombres), que venden miles, millones en algunos casos, pero no le llegan a la suela de los zapatos. Ella está a la altura de Laura Nyro, Nina Simone y Joni Mitchell, en lo más alto y en lo más profundo.

Las entradas estaban agotadas desde hace tiempo (el aforo de la sala no llega a 600 personas, muchas de las cuales no tenían muy claro lo que iban a ver, las cosas de comprar el abono), la edad de los asistentes era... salvando a las dos chicas, que tampoco eran unas niñas, de mi derecha, no exagero si les digo que me veía como el más joven en el patio de butacas, un público maduro y respetuoso entre los que, a buen seguro, no había muchos de los que se dejan la piel por una entrada de Tom Waits (vaya, no era mi intención citar amores lejanos) o por disfrutar de la clase de Van Morrison, y sin quererlo nos encontramos con los dos, con el genio del irlandés y con las maneras del de Pomona, al menos las que se gastaba en aquellos primeros discos, hasta que cayó en la cuenta de que no era su piano, sino él, el que había bebido demasiado.

Decía que la vida da sorpresas y eso fue lo que nos ocurrió a todos los que nos esperábamos un repertorio basado en sus últimos trabajos y una banda más ortodoxa para el formato rock o pop, tal y como hiciera hace dos años, pero no, esta vez se trajo Nueva Orleans a Bilbao, a la ciudad que la vio pasear por un pequeño parque y disfrutar de la caída de las hojas en una tarde de otoño (nos lo contó) y tomar un poquito de vino que le hizo sentirse embriagada durante el show, desinhibida, como en casa, descalzándose incluso cuando los zapatos le recordaron que eran nuevos, tumbándose en el asiento del piano para estirarse, interpretando las canciones como la primera vez y logrando que todo resultara natural, hasta decirle al técnico de sonido que bajara el volumen del piano parecía formar parte de la letra de la canción.

Se hizo de rogar, un cuarto de hora después de que se apagaran las luces del teatro empezábamos a impacientarnos y... un chasquido de dedos, apartada un metro del micro comenzó a cantar, casi a capela, piano, bajo y voz, su voz... el sonido perfecto, el lugar perfecto para una garganta perfecta en la que la vida y los excesos no han dejado la huella que cabría suponer. El escalofrío inicial todavía se paseaba por mi espalda cuando vimos entrar a la sección de viento (trombón, trompeta y saxofón, o travesera para las ocasiones en que sólo un foco se centra en el piano), más guitarra y batería. Sonaron cabareteros, callejeros, urbanos, desenfadados y siempre a su merced, la temen, la respetan y la quieren. Ella también se sentía querida y especial, respiraba “love vibrations” y las compartió con su banda y con todos nosotros. No sé si era consciente de que dejó una deuda pendiente hace dos años, la pagó, no con dos canciones, sino con dos discos y la sensación, esa que tan pocas veces se tiene hoy en día, de estar viviendo algo irrepetible. Se mostró tal y como es, imposible de clasificar, dándole la vuelta al rock, al soul, al rythm and blues, al jazz y al pop para hacerlos suyos y quizá por ello, por ser tan auténtica, nunca nadie se acuerda de citarla como influencia.
Dos horas después y sin cumplir con el protocolo de los bises, nos dijo adiós. Nosotros nos acordaremos siempre.

Ya fuera de la sala, Joserra se acordó del sonido de "The Wild, the Innocent, and the E Street Shuffle", y de las cuidadas producciones de Steely Dann, de los setentas... todos caímos en la cuenta de que se había olvidado de su maravilloso último trabajo y a ninguno nos importó, acabábamos de presenciar el mejor concierto de 2011.